Desheredado de tus caricias,
complice de tus lágrimas derramadas,
verdugo de tus rencores,
cultivando la semilla
del perdón,
transcurren mis divididos días,
soy reo delante del paredón
no juzgado, sí condenado,
por tu indiferencia,
no hay mínima indulgencia.
Soy un siervo gris, apagado,
en la luz de tu memória.
Los silbidos convocados en el aire,
acaban con mi digna indignidad.
sábado, 28 de noviembre de 2009
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